Wednesday, March 04, 2009

El Contador

Nota: Este cuento fue seleccionado como finalista en el Certamen de Cuentos Cortos del Centro Cultural Julio Cortázar (diciembre 2008) y pronto formará parte de una antología de sólo diez relatos breves, junto a los demás elegidos.

Fue realmente una contrariedad. Cada vez que lo recuerdo… ¡pobre Simón! De verdadera vocación, mi amigo Simón era un contador. Y encima los medios no lo ayudaban, porque la tendencia de esa década, me acuerdo clarito, era la que los entendidos denominaban “didáctica”. Al principio no fue nada grave, a lo sumo Simón llegaba eventualmente tarde a algunas citas, no mucho más. El tema fue cuando la cosa empeoró. Pero tal vez convenga explicar lo que le sucedía: mi amigo Simón era un preso de las enumeraciones. Cada vez que oía una conversación ajena en donde, por ejemplo, una señora en el tren le decía a otra: “hay tres cosas que me molestan soberanamente de mi marido”, él tenía que enterarse las tres, no le importaba si se pasaba de estación o si las personas se daban cuenta de que estaban siendo escuchadas por un “metiche”, él debía saber sí o sí cuáles eran esos tres puntos. Ya de chico, en el colegio, se le había dado por eso. Me acuerdo del día en que lo mandaron a dirección por irrespetuoso. Otro amigo nuestro, Jorge, le repasaba a Simón todos los campeonatos de River cuando la maestra les llamó la atención por primera vez. Simón no le dio importancia y le insistió a Jorge que prosiguiera. Y mamita la que se armó. Era como si no pudiera esperar al recreo, se obsesionaba con tener la enumeración completa de inmediato. “Completa” ahora me acuerdo lo que dijo el psicólogo al respecto, pero no me quiero adelantar, vayamos punto por punto. Simón fue envejeciendo y con esto la maña se le instauró agravándose. Cada vez que salíamos a tomar un vino y él conocía a una chica, se presentaba de la siguiente forma:
“Uno, me llamo Simón Zahl (¡Gran paradoja dirán ustedes!); dos, soy contador recibido en la Universidad de Buenos Aires; tres, trabajo en Retiro; cuatro, soy hincha de San Lorenzo y cinco, vivo en Almagro”. Esto bastaba para que la mujer se diera media vuelta y a otra cosa. Así fue que se quedó soltero, pobre Simón.
Los primeros síntomas de su empeoramiento los relató él en primera persona. Cuando con los muchachos le recriminábamos, por ejemplo, su impuntualidad de horas, él nos decía:
1) “Es que en el canal de cocina estaban dando una receta de veinte pasos y…”
2) “Me prendí con un documental sobre la Historia Argentina de los últimos cincuenta años y…”
3) “Lo que pasó es que en la radio, justo antes de salir de casa, una animadora infantil relataba los ítems que se deben tener en cuenta para hacer una fiesta inolvidable y…”
A esto voy cuando digo que los medios no ayudaban, todos habían adoptado la metodología de que para que el receptor entendiese bien el mensaje, era menester hacer enumeraciones o a lo sumo, utilizar el sistema alfabético. Sí, Simón sabía de muchas cosas, pero el colmo de los colmos fue cuando nos dimos cuenta que estaba acumulando conocimientos que para él no eran demasiado útiles: como los procedimientos de depilación con cera por citar uno, entonces hicimos una intervención y lo llevamos a un psicólogo. Y ahí viene la palabrita “completa” que me guardé al principio. El experto nos explicó lo siguiente: “Se trata de una persona que no está “completa” en ningún sentido, por eso evita dejar las enumeraciones interrumpidas, las cuales evidencian latentemente la falta de algo, la ausencia de una parte primordial”, y le aconsejó que no mirara más televisión. Apesadumbrado, con el paso de los días, Simón tomó una decisión terrible: quitarse la vida. Para no fallar, buscó las instrucciones en un libro especializado que enumeraba los diferentes métodos señalando aquellos más eficaces. Afortunadamente fue así que cuando terminó de leer el último punto, se sintió completo y satisfecho y abandonó aquel manual y esa oscura idea. Cuando murió, de causas naturales años después, nosotros pedimos tres deseos enfrente del cajón como dicta la costumbre de nuestra ciudad, ¡cosa de locos! Jorge expuso el primero, luego el segundo y no llegó a decir el tercero cuando entró el cura a bendecirlo. Entonces yo, que lo conocía mucho, le solicité al padre que esperara y lo incité a Jorge a que concluyera. Ustedes me van a decir que estoy demente, pero yo vi a Simón primero, puntualmente guiñarme un ojo, después cerrarlos para siempre y, por último, irse sumido en “completa” paz.

2 comments:

A secas said...

Gracias x volver

mac said...

1) Me encantó.
2) sos una grosa!
3) para cuándo el libro?? estoy contando los días!