Wednesday, March 04, 2009

La Queja



Buen día señorita. Buen día. Sí, dígame qué se le ofrece. Mire, yo vengo porque tengo una queja. Me imaginé, por ese motivo viene todo el mundo. Verá, me llegó un post it donde se me informa que tengo que enamorarme de un hombre casado. Aja. Y bueno, yo vengo a protestar porque me parece que hubo un error. A ver, permítame el post it. El hombre tomó el papel, la carpeta de envíos con carbónicos de los originales y remitos firmados y dijo: No… post it azul, categoría “Infieles”… la fecha está bien… la destinataria es usted. Pero escuche, yo no necesito vivir eso, ya pasé por algo similar y créame que con una experiencia es más que suficiente. No hay nada que pueda hacerse señorita. El hombre detrás de la ventanilla, se puso en puntas de pie y asomándose por encima de la mujer gritó: ¡el que sigue! ¡Señor, espere un segundo a que le explique! A ver. Yo… no puedo... de vuelta… ya, yo… ¿Me está intentando decir lo mismo? ¿Y si sale mal? ¿Y si sale bien? Es que. Mire, entiendo lo que siente, pero lo escuchamos todos los días de la gente que se presenta en esta oficina, ¿ve ese señor apoyado en la columna? Hace tres días que está ahí reclamando el por qué de la quiebra de su empresa, ¿ve aquella señora? No logra asimilar que tiene que abandonar a su familia e irse con otro hombre quince años más joven, y ni le cuento de ese muchacho al final de la cola, todo un reincidente, ¡a usted sólo le toca un hombre casado y se queja! ¡Qué barbaridad! Pero… ¿todo eso otra vez? Evidentemente hay algo que usted no aprendió. ¿Y cuánto durará? Eso depende de cuándo capte el asunto y lo supere, dígame ¿usted es dura para aprender?, interrogó golpeando su puño cerrado sobre la mesada. Y, si me vuelve a tocar lo mismo asumo que sí… ¿realmente está seguro de que no es un error?, expuso con voz débil y quebradiza. Segurísimo, además, no nos creamos Dios tampoco, por algo son las cosas. La señorita recuperó su papel, lo releyó y murmuró: está bien. Suspiró al tiempo que tomaba su cartera apoyada encima del mostrador y se dio media vuelta resignada. El empleado volvió a decir: ¡el que sigue! Y tachó con resaltador azul el caso en su cuaderno. Al salir por la puerta, la señorita se cruzó con el hombre casado en cuestión y al saludarlo, supo que él estaba allí para desaprobar el post it azul que le habían hecho llegar oportunamente; éste decía: "tendrás una amante". ¡Mirá que coincidencia! ¡Vos viniste por lo mismo!, y a continuación reforzó la idea de que se trataba de un absurdo malentendido. La mujer lo escuchó atentamente: cómo explayaba, sumamente convencido, el argumento de que todo sería al divino botón, ¿para qué? ¿Cuánto tiempo podríamos durar nosotros juntos?, su índice derecho bailaba entre los dos. Somos agua y aceite, mejor dejar todo como está… vos, yo… escuchame… ¿vos, yo? y toda una sarta de explicaciones. Entonces ella, que ya estaba bajo los efectos de su propio post it, le arrebató el papel, lo hizo un bollo arrojándoselo en la cara y se fue llorando. Y así fue que la aventura nunca sucedió. Detrás de la escena, el hombre del mostrador sonreía mirando todo en puntas de pie.

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